Los Afectos Diversos

Pocas obras renacentistas reciben el favor del público de manera tan intensa como el Requiem de Victoria. Y pese al gran número de interpretaciones y grabaciones que nos encontramos, es tal su riqueza que no se agota, y nos sigue aportando visiones  diferentes.

En nuestro caso, el principal acento queremos fijarlo en su modernidad. Porque sí, su conexión con los grandes requiems anteriores de la península es clara, incluso en su manera de estar escrita, en valores aparentemente largos, y respetando todas las convenciones de uso de los cantus firmus. Y muchas veces se ha considerado una mirada nostálgica de Victoria hacia su pasado. Pero en realidad, cuando la miramos de cerca, descubrimos un contrapunto mucho más moderno, unas intenciones expresivas de una intensidad sorprendente, e incluso elementos que empiezan a apuntar hacia un uso de la modalidad más cercano ya a lo que nos encontraremos a mediados del s. XVII. Es por esto que la conexión con ese otro gran maestro ibérico, ya de la generación siguiente, como es Manuel Cardoso, es algo que siempre me ha resultado absolutamente natural. Y la sorpresa, al colocar juntas las obras de uno y otro, ha sido hasta qué punto los paralelismos resultan encajar, y con qué naturalidad los estilos se fusionan.

Siempre he visto a Victoria muy alejado de la visión mística que la tradición nos ha querido ofrecer durante tanto tiempo. Sus cartas, sus publicaciones, la fastuosidad de la música que publica en su colección de 1600, cuando se produce la transición de Felipe II, clásico en sus gustos, a su hijo Felipe III, mucho más moderno en los mismos, me hacen intuir al hombre que, tras asomarse en Roma a las novedades que están empezando a transformar la polifonía, vuelve a España deseando mostrar su nuevo hacer, y aspirando a la Capilla Real, donde consideraba que podría llevar a cabo sus planes. Pero que se encuentra con la oposición de un monarca y una capilla de gustos conservadores, y resulta apartado a su puesto en las Descalzas Reales, junto a quien él muy probablemente reconoció como una persona semejante, la Emperatriz María, que tras haber sido una de las personas más poderosas de su tiempo, fue recluida por su hermano en dicho convento.

Como decía, el ascenso del nuevo monarca debió ser un momento esperanzador para Victoria. Y por ello mismo, sería igualmente decepcionante cuando el Duque de Lerma lo aparta de la corte Madrileña, cerrándosele así las puertas a nuestro compositor. Y la muerte, pocos años más tarde, de la Emperatriz, de quien era confesor, y a la que probablemente se sentía tan ligado, debió de ser otro duro golpe. Tanto, que escribe este Requiem para una de las varias exequias que se celebrarán se su honor, lo publicará en una mimada edición sin interés comercial, como las anteriores, sino puramente conmemorativo, y no volverá a publicar, ni probablemente a escribir, más música.

Y en la modernidad de Victoria siempre he visto el uso de instrumentos, como invita a hacer en la edición de 1600, pero también como fue desde siempre su educación, pues Ávila es de las primeras catedrales documentadas en contar con Ministriles a diario. Es por esto que unimos a las voces el órgano, el instrumento de Victoria (siempre se presentó así, como organista), y las arpas, como reflejo de la cítara mencionada en ese intenso momento que supone el motete Versa es in luctum.

Y, para resaltar aún más el carácter moderno y expresivo de esta música, lo rodeamos con obras maestras de Cardoso y el hermoso Audivi vocem de cælo del también lusitano Duarte Lobo, de manera que los textos construyen una pequeña línea narrativa, desde el dolor y la incomprensión de la muerte, a la redención y la aceptación de la misma.

Sea este nuestro homenaje a Victoria, a quien tanto admiramos y de quien tanta belleza recibimos.

Nacho Rodríguez